Autores: Diego Coatz, Fernando Grasso. Medio: Publicada en El Economista.
01/09/2011
Los 10 años posteriores a la caída de la Convertibilidad constituyen un objeto de análisis muy rico que podría abarcar las disciplinas más diversas. Lejos de estar saldadas, muchas discusiones en torno a estos años merecen una revisión permanente, ya que todavía nos brindan nuevos resultados e hipótesis.
Una de las cuestiones, que es materia de estudio en diversos ámbitos–cabe decirlo, con diferentes grados de profundidad- , es si dicho proceso ha implicado un cambio estructural en la economía de nuestro país. Más precisamente, si nos focalizamos en la dinámica de los sectores productores de bienes y la industria en particular.
Recientemente ha habido aportes al respecto que tienden a relativizar la bonanza de estos años y argumentan que si bien ha habido un crecimiento incuestionable que contuvo una fuerte expansión de todos los sectores económicos y mejoró la situación social, de cambio estructural, poco y nada.
En este marco, se utilizan recursos como “quitar” al crecimiento el “rebote” de 2002 a 2004, comparar las participaciones sectoriales agregadas con la década de los 90´s o las tasas de crecimiento con las de algunos países de la región, incluso la de aquellos donde la industria explica una porción menor del producto. A su vez, se esgrimen conclusiones en torno a que la matriz de acumulación permanece invariante en relación a la etapa previa, profundizando la desigual apropiación de la renta nacional, que las pequeñas empresas mantienen su “irrelevancia” en la inserción internacional de la Argentina y que no ha habido inversiones considerables que permitan afirmar la creación o reconstrucción de un nuevo sector industrial, entre otras, que también se manifiestan en la persistencia de un desbalance comercial creciente en manufacturas de origen industrial, los márgenes derivados del precio de la soja y el favorable contexto internacional.
Sin dudas, todos estos análisis son muy válidos y contribuyen positivamente a un abordaje del tema. No haremos aquí un tratamiento de los mismos ya que ello requeriría mayor espacio y excede los objetivos de la presente nota. No obstante, entendemos que la dinámica de cambio en la Argentina evidencia logros y avances que no deben ser subestimados.
En primer lugar, no debe soslayarse la perspectiva histórica; lo que pasó en estos años no puede aislarse del vector cronológico atravesado por nuestro país. Las profundas reformas y reestructuraciones políticas, económicas y sociales que se implementaron desde mediados de los 70´s constituyen una pesada herencia que atraviesa todos los órdenes de la reciente dinámica estructural. En rigor, haber modificado la inercia que marcaba nuestro país hacia fines de los 90´s en dirección a la desindustrialización y desintegración social quizás sea uno de los cambios estructurales más relevantes de la etapa actual.
Que el producto industrial en términos físicos hoy sea casi el doble que al comienzo del siglo, el empleo un 60% superior, que haya casi un 10% más de empresas industriales y que las exportaciones de manufacturas de origen industrial se hayan triplicado constituye algo así como un “milagro de la industrialización”. Diez años atrás muy pocos podrían haber imaginado un escenario como el actual en este aspecto y mucho menos aún que la mayor parte de la sociedad civil, política, académica, etc. estaría hoy discutiendo cómo seguir expandiendo las capacidades industriales y resolviendo las problemáticas existentes.
La perspectiva histórica que implica haber reubicado a la Argentina en un proceso de industrialización no es algo menor, como tampoco lo es el hecho de que la política económica y social también ha modificado su base conceptual en este sentido. Esto ha permitido que las definiciones de política se enmarquen en paradigmas de corte pro-desarrollo y en defensa del valor agregado local. A su vez, ha recompuesto un cierto orden social y económico que funciona como reaseguro frente a intentos de reversión hacia experiencias más proclives a la de los 90´.
Por otro lado, sin bien algunos indicadores se han desacelerado o amesetado desde mediados de 2008, ello debe visualizarse desde una correcta perspectiva regional e internacional. Que la industria nacional haya sido protagonista en la enorme expansión del producto argentino en estos años es importante, ya que en casi todo occidente se advierte (con diversos grados de intensidad) una tendencia general hacia la desarticulación productiva y la relocalización de buena parte de los procesos productivos en el Sudeste Asiático, China y países similares. Incluso en la región vemos que la Argentina es el único país donde las exportaciones industriales ganaron participación, mientras que en el resto perdieron a favor de productos primarios e industriales con escaso valor agregado, como el caso de Brasil. Es decir, el aprovechamiento del contexto internacional ha estado alineado con un proceso de expansión de la demanda interna, la recuperación del salario como factor dinámico del mercado local, el sostenimiento de tipos de cambios real múltiples, en niveles más altos que las décadas previas y, a partir de todo esto, impulsar una mejor inserción internacional.
Al respecto y teniendo cuenta el cambio en la organización de la producción durante los noventas, la tercerización de parte de las actividades industriales que pasaron al área de servicios, que la producción industrial del país se haya incrementado un 53% entre 1993 y 2010 y que el nivel de empleo industrial formal pasara de 930 mil puestos de trabajo a 1.167 durante el mismo período, tras verificar una tendencia descendiente entre 1993 y 2002, alcanzando este último año un mínimo de 765 mil, habla a las claras de la dimensión de la reindustrialización observada durante la última década.
En tercer lugar, al analizar con mayor detalle la dinámica de los distintos sectores se observan numerosos casos y evidencias que permiten calificar con mayor verosimilitud el proceso actual. Sin considerar el crecimiento que han tenido muchas pequeñas y medianas empresas, que hoy operan con una capacidad productiva dos, tres o más veces superior a la de la etapa previa, se observa una reactivación de actividades que estaban al borde de la extinción en rubros como la metalmecánica, astilleros, aeronavegación, textiles, indumentaria, determinados rubros de la industria plástica, entre otros. Además, han tomado impulso sectores “nuevos” y existen avances incipientes en materia de electrónica, energías alternativas y/o renovables, maquinarias no tradicionales, el alto crecimiento que demuestra a industria del software y biotecnológicas.
Si bien la compleja dinámica que reviste el ciclo económico mundial a partir de 2008/09 ha morigerado el proceso de reindustrialización local, le suma complejidad a los desafíos de índole interno y genera heterogeneidad en el desempeño y el comportamiento de las empresas del sector, una mirada de este tipo permite relevar que existen múltiples señales de mayor integración local, de sustitución de importaciones, de inversiones en nuevas líneas de producción, de agregación de valor a productos primarios en las economías regionales.
Aunque con distinto grado de avance y efectiva realización, no es desdeñable el hecho de que existan estas iniciativas porque, en efecto, en etapas previas estaban casi ausentes y demuestran que, en la medida que los factores internos y externos que inciden sobre su concreción configuren las condiciones necesarias, la dinámica de cambio estructural adquirirá mayor densidad cuantitativa y cualitativa. En otros términos, la existencia de procesos de transformación productiva que hoy existen y son incipientes y que, por lo tanto, no impactan en un análisis agregado y estadístico de la cuestión, lo harán en el mediano y largo plazo.
Evidentemente existe una brecha considerable entre la Argentina actual y su potencial en materia industrial, también existen múltiples asuntos a resolver y abundan las debilidades y problemáticas presentes en las distintas cadenas de valor de la economía local. Pero también es evidente que ha habido una transformación que atraviesa todo el espectro de estructuras políticas, económicas, sociales, culturales, tecnológicas, etc. El rol del Estado no es el mismo y mucho menos sus definiciones en materia de comercio exterior, negociaciones internacionales, políticas de ingreso, de inversión pública, de articulación de los sectores productores de bienes, de su participación en estos sectores, etc. Tampoco es igual la cantidad y diversidad de actores y rubros industriales que hoy son viables y tienen espacios de rentabilidad, la participación de los asalariados en el ingreso nacional imprime a su vez una interacción diferente a la dinámica de oferta y demanda y la forma en que se van articulando los actores de la ciencia y la tecnología en la Argentina con los factores de la producción tiende a recrear oportunidades de crecimiento, inversión y competitividad con una lógica más endógena, frente a la simple importación de paquetes tecnológicos que se favorecía en la etapa previa.
Por estos motivos, deban abandonarse las visiones unilaterales y los debates estériles y lineales, y dar cuerpo a un nuevo marco conceptual que redefina la política industrial del país para los próximos 20 años.