Aportes para armar el rompecabezas de la producción argentina
Autores: Diego Coatz. Medio: Publicada en El Economista.
27/10/2011
En una columna reciente disentía con diversos aportes que pretenden “desmitificar” el desarrollo de la producción y la reindustrialización en la post-convertibilidad. Algunos datos agregados (PBI industrial, salario, empleo, exportaciones, entre otros) indicaban que este período podría describirse como un “milagro de la industrialización”, sobre todo a la luz de una perspectiva histórica que incluya tanto al contexto internacional como, fundamentalmente, al regional.
Si bien los términos de intercambio favorecieron el desempeño económico de la región, no operaron por sí mismos sobre la agregación de valor, conllevando incluso a procesos de primarización de la estructura productiva en muchas economías emergentes. Una mirada equilibrada y constructiva hacia el futuro debe partir de reconocer la importancia de los avances registrados y entender las limitaciones históricas del aparato productivo, con el objetivo claro de cimentar las bases de una estrategia de desarrollo.
A no confundirse: Esto no quiere decir que se ha cerrado la brecha que existe entre la Argentina actual y su potencial en materia industrial. Existen múltiples asuntos por resolver y abundan las problemáticas en muchas cadenas de valor de la economía local. En un reciente documento de trabajo que publicamos junto a Fernando García Díaz y Sergio Woyecheszen - “El rompecabezas productivo argentino” - indagamos sobre estos aspectos y sobre las cuestiones distintivas que exhiben hoy los eslabonamientos sectoriales al interior de la estructura productiva, partiendo de la exploración de las relaciones insumo-producto. La configuración de las articulaciones sectoriales aporta indicios de gran relevancia para la orientación de políticas públicas que profundicen el proceso de desarrollo. La clave reside en focalizar en los distintos bloques industriales según sus especificidades y potencialidades, en busca de una transformación estructural que finalmente integre y homogenice el entramado productivo.
La metodología empleada implicó el análisis de la Matriz Insumo Producto Nacional (1997 con una actualización al 2007) y la elaboración de una taxonomía que permitiera describir las características de los encadenamientos de los distintos sectores de la economía argentina. La estructura de la producción está definida no sólo por las interacciones directas de cada sector sino también por los efectos indirectos que se desprenden: es decir, la multiplicación de los estímulos que su crecimiento cuantitativo y cualitativo puede generar en el resto de la economía. Un modo de caracterizar dichas articulaciones consiste en comparar para cada sector la intensidad de sus vínculos directos e indirectos contra el promedio de la economía. En base a estas características, se definió una taxonomía sectorial que sigue esencialmente la metodología sugerida por Rasmussen (1963).
Los sectores con fuertes vínculos hacia delante son aquellos que entran como insumos en un amplio espectro de cadenas productivas, influyendo por lo tanto de manera determinante sobre la competitividad no precio de la economía en su conjunto. En la economía argentina existen tres grandes grupos: algunas actividades primarias (cultivo de cereales y oleaginosas y cría de ganado), sectores industriales de insumos difundidos (química, petroquímica, industria siderúrgica, materias primas plásticas y algunos rubros de la metalmecánica) y servicios vinculados a la infraestructura (transporte de carga terrestre y energía, particularmente extracción de petróleo y gas).
Por su parte los sectores con fuertes encadenamientos hacia atrás funcionan como promotores de la actividad productiva aguas arriba, dado sus elevados requerimientos de bienes intermedios nacionales. Por este motivo también juegan un papel muy relevante en la creación indirecta de puestos de trabajo. Se trata principalmente de sectores dedicados a la producción de bienes y servicios finales (consumo, exportación o inversión), destacándose el sector de la construcción, uno de los grandes motores de la economía, el transporte de pasajeros y el trasporte aéreo, y servicios tales como los seguros.
La industria liviana también se caracteriza por presentar fuertes encadenamientos hacia atrás. Por ejemplo, agroindustria, industria de alimentos y bebidas, de calzado, del cuero, confecciones, y algunos segmentos de la industria metalmecánica, son representativos de este tipo de bloques.
Los sectores de alta integración nacional (AIN) constituyen núcleos de múltiples cadenas de valor y poseen una alta capacidad de arrastre en ambos sentidos. Por ello, resultan relevantes tanto en lo que hace a la competitividad sistémica como en su rol de impulsores de la actividad económica.
Uno de los contrastes más notables entre la estructura productiva nacional y la de un país plenamente industrializado es la reducida cantidad de sectores AIN que registra la matriz local. De todas formas, a diferencia de lo que sucede en países de estructura predominantemente primaria, existen cadenas con alta integración de peso, entre las que puede mencionarse la refinación de petróleo, la industria de hilados y textil, la de celulosa y papel, la fundición de metales, la de impresión, la de plásticos y la industria química. En servicios, se encuentran la distribución de energía eléctrica y las telecomunicaciones, ambos componentes esenciales de la infraestructura.
Finalmente, los sectores de baja integración nacional se caracterizan por registrar niveles de interacción restringidos con el resto de la malla productiva. Estas poseen encadenamientos poco desarrollados y multiplicadores de empleo bajos, ya que su producción requiere pocos insumos de origen nacional.
Es en este segmento del tejido económico en dónde más fuertemente se evidencian las asimetrías productivas. El mismo puede dividirse en dos grandes agrupamientos sectoriales. En primer grupo abarca sectores productores de materias primas exportables con escaso valor agregado como la minería metalífera y en menor medida la producción de granos, el cultivo de frutas, la pesca y la silvicultura. El segundo grupo está compuesto por una gama de sectores manufactureros con alta proporción de insumos importados (elevados ratios M/VBP), particularmente la metalmecánica, las autopartes, el sector automotriz y la industria de ensamblado de partes –como por ejemplo, electrónica y electrodomésticos. Donde se importan sobre todo los componentes electrónicos y de mayor contenido tecnológicas producto de décadas de desintegración de aparto productivo, tecnológico y educativo del país.
Frente a esto, y aunque en relación a otros países de la región existe una industria pesada relativamente desarrollada y se destacan algunas cadenas de alta integración nacional, la cantidad de sectores con fuertes eslabonamientos de este tipo resulta inferior a la existente en países desarrollados. El escaso desarrollo de los tramos de mayor valor agregado se expresa en que muchos sectores que en naciones desarrolladas forman núcleos de fuertes articulaciones, producen en Argentina bienes semi-elaborados para exportación. Esto se reproduce incluso en cadenas fuertemente vinculadas a los recursos naturales (agropecuarios, mineros, etc.). En argentina, por citar sólo un ejemplo, la exportaciones de alimentos elaborados representan tan sólo el 25% del complejo agroindustrial.
En otras palabras, muchos sectores potencialmente AIN concentran sus exportaciones en los tramos de bajo o medio valor agregado, con muy baja proporción de exportaciones de alto valor agregado, con diferenciación de producto ya sea por marca, packaging o diseño, etc.
Sobre la base de este tipo de análisis queda en evidencia la necesidad de implementar políticas públicas que reduzcan gradualmente la heterogeneidad productiva de la Argentina y fomenten la articulación sectorial.
Dado que la política macroeconómica opera sobre grandes agregados, su capacidad para reconfigurar al aparato productivo presenta límites concretos. Aunque sin dudas resulta fundamental para impulsar la demanda agregada y definir precios relativos que promuevan la producción nacional, ésta no alcanza por sí misma a inducir los grandes cambios estructurales requeridos. Se trata, por lo tanto, de implementar concurrentemente una política industrial que abarque cuestiones de infraestructura, innovación tecnológica y sectoriales.