Durante los últimos dos lustros la economía argentina ha evidenciado una serie de avances que, en mayor o menor medida, han ido revirtiendo vestigios de una realidad sumamente compleja signada por el deterioro de capacidades sociales y productivas más profundo del que se tenga memoria. Entre mediados de 1970 y fines de 2001, el PBI per cápita prácticamente no creció (0,2 por ciento anual promedio). El PBI industrial cayó más del 40 por ciento, el desempleo subió del 4,7 al 22 por ciento, la distribución del ingreso se deterioró sistemáticamente (el ratio entre el diez por ciento más rico y el más pobre se amplió de 8 a 33 veces) y la incidencia de la pobreza saltó del 5 al 57 por ciento de la población. Lo más doloroso: se alcanzó un pico de indigencia cercano al 25 por ciento.
El solo hecho de haber quebrado aquellas tendencias es uno de los cambios estructurales más relevantes de la etapa actual. Y no se trató solamente del aprovechamiento del contexto internacional, sino también de una clara orientación política tendiente a recrear una dialéctica virtuosa entre demanda efectiva, desarrollo productivo y distribución. Hoy tenemos el doble de industria de lo que teníamos diez años atrás. Tuvimos un crecimiento cercano al 50 por ciento en la productividad y del 70 por ciento en los niveles de empleo. Esta es una tríada inédita para nuestro país, al menos desde principios de la década de 1970. La dinámica ha mostrado asimismo una modernización fabril a partir de crecimiento sostenido de la inversión hasta el año 2011, junto a la reactivación de actividades que estaban al borde de la extinción.
Perdura sin embargo una serie de desafíos de más largo alcance, cuya raíz está asociada a problemáticas que van desde la disponibilidad de divisas para sostener un crecimiento elevado y la dinámica de precios hasta la tensión distributiva y la informalidad laboral.
En un trabajo reciente que elaboramos junto a Fernando García Díaz –“El rompecabezas productivo argentino”– indagamos sobre estas cuestiones. Las dinámicas de mayor complejidad se concentran en dos grupos de sectores. El primero abarca ramas productoras de materias primas exportables con escaso valor agregado, como la minería metalífera y, en menor medida, la producción de granos, el cultivo de frutas, la pesca y la silvicultura. El segundo, por una gama de sectores manufactureros con alta proporción de insumos importados, particularmente hacia dentro de la metalmecánica, el sector automotor, autopartes y la industria de ensamblado de partes (electrónica, electrodomésticos).
En muchos casos la desarticulación ha sido y es muy fuerte. La industria autopartista, por ejemplo, pasó de generar 169 puestos de trabajo indirectos cada 100 directos a mediados de la década de 1970 a 112 en 1984 y 79 en 1997, nivel que no se ha podido recuperar incluso después de todos estos años de expansión de la producción. La inversión en equipos, que llegó a ser más del 70 por ciento de origen nacional a principios de los años setenta, hoy proviene en casi un 80 por ciento del exterior. Menos articulación productiva explica un déficit comercial en manufacturas de origen industrial de 32 mil millones de dólares y también una menor capacidad de absorber empleo, aspecto clave de cara a reducir una informalidad laboral que aún afecta a un tercio de los asalariados.
Ante esta situación compleja, un principio de respuesta implica definiciones en materia macroeconómica (sostener una demanda pujante con incentivos comerciales, financieros y tributarios para sectores productivos clave para reducir la restricción externa), institucional (infraestructura, innovación, educación) y estructura productiva, mediante el desarrollo de actividades que reduzcan gradualmente las brechas entre regiones, la generación y difusión de innovaciones y el desarrollo de complementariedades productivas. Sostener y ampliar el sentido estratégico, como en el caso del plan industrial a nivel nacional o el de la provincia de Buenos Aires, donde no sólo se concentra el 50 por ciento del valor agregado industrial y más del 40 por ciento del empleo, sino también la mitad del déficit de manufacturas de origen industrial.
Existe una brecha considerable entre la Argentina actual y su potencial en materia industrial, pero también es necesario elevar la calidad del debate, trabajar en una mirada constructiva hacia el futuro, partiendo de reconocer la importancia de los avances registrados y entendiendo que resta mucho camino por recorrer para cambiar estructuralmente la matriz productiva y distributiva argentina.
Diego Coatz: Economista jefe. CEU-UIA. Sociedad Internacional para el Desarrollo Cap. Bs. As. (SIDbaires
www.sidbaires.org.ar).
Sergio Woyecheszen: Subsecretario de Industria, Comercio y Minería. Ministerio de Producción, Ciencia y Tecnología de la Provincia de Buenos Aires. Coordinador del Dto. de Trabajo y Empleo SIDbaires.