Algunas reflexiones sobre la crisis internacional y el impacto en la Argentina

Autores: Diego Coatz. Medio: Publicada en El Economista.

12/03/2009
Crisis Internacional

Desde su manifestación más profunda en septiembre del año pasado, la crisis global continuó desenvolviéndose, profundizando su impacto en todos los planos de la actividad económica, y difundiéndose, a través de diversos canales de transmisión, desde los puntos de origen de las perturbaciones –los centros neurálgicos de la economía mundial- hacia la periferia. Si bien algunos diagnósticos iniciales mantenían la idea de que se trataba de un problema de solvencia del sistema financiero –e incluso, de liquidez-, prontamente resultaron evidentes los trastornos en el lado real. Aunque el colapso financiero desencadenó una fuerte desintermediación crediticia que terminó de paralizar la actividad productiva en muchos rubros, muchas firmas (no sólo financieras, sino también del sector manufacturero) venían mostrando, con anterioridad, fuertes pérdidas en sus estados de resultados, como consecuencia de la desaceleración en los niveles de consumo, particularmente en EE.UU.

Reconsiderando la situación según los últimos acontecimientos puede afirmarse que, lejos de tratarse de una simple turbulencia financiera, cuando se observa la situación con detenimiento, y no sólo a través de indicadores cuantitativos, se vislumbra que lo que se expresa superficialmente como una crisis de deuda es una crisis del funcionamiento general del sistema económico en su conjunto. Este sistema, que conoció la edad de oro en el período que va desde la segunda guerra mundial hasta fines de los años sesenta aproximadamente, agudizó sus contradicciones desde ese entonces, a partir del desarrollo de las finanzas globales sobre la base de la especulación y el desacople frente a la producción y la economía real. Paralelamente, la desigualdad entre países ricos y países pobres, que ya mostraba niveles preocupantes en la primera mitad del siglo XX y que creció progresivamente durante el tercer cuarto del mismo, se profundizó en el transcurso del último cuarto de siglo.

Según algunas estimaciones, para 2009 se espera una contracción del producto global de 0,5% -la primera desde la segunda guerra mundial. La actividad en EE.UU retrocedería 3,4%: en los últimos meses se produjeron 600.000 pérdidas de puestos de trabajo por mes, incrementándose la cantidad de desempleados en 5 millones durante el último año.

Desde luego, el desencadenamiento de la crisis no implica un cambio abrupto del orden mundial, sino un reacomodamiento más o menos gradual que apenas ha comenzado a aflorar, y del cual no pueden darse todavía, por lo tanto, precisiones. Dada su capacidad para emitir el medio de pago mundialmente aceptado –el dólar-, y contar con la posibilidad de financiar su déficit fiscal y comercial a tasas prácticamente nulas, la economía norteamericana es, paradójicamente, una de las mejor paradas para enfrentar la crisis. Difícilmente vayan a observarse cambios en este sentido debido a que, si bien el mundo podría estar convergiendo a un escenario multipolar, todavía no existe una región que le puede cuestionar el poderío geopolítico a la economía norteamericana.

No obstante esto último, queda claro que el circuito real previamente observado se verá modificado; las exportaciones a nivel mundial cayeron fuertemente, sobre todo en Japón, China, resto de Asia, y Latinoamérica –y en particular, en nuestro país, como se detalla a continuación-, lo que deja en pie una enorme capacidad excedente, generando la necesidad de fuertes reestructuraciones de aquí en adelante. La distribución de pérdidas implica normalmente, asimismo, conflictos políticos y sociales lo cuales todavía restan por manifestarse de forma generalizada.

En este sentido, la trayectoria futura de la economía global dependerá, por un lado, del éxito en materia de reacción y coordinación internacional de las políticas económicas fiscales y monetarias, aunque en última instancia, y desde un punto de vista más amplio, quedará atada a la capacidad de los estados desarrollados de procesar los conflictos políticos por venir y de afrontar los costos de manera ordenada.

Plano Local

En el plano local, la profundidad y persistencia de la crisis internacional está afectando a la economía nacional por diversos canales de transmisión, y sus efectos se propagan tanto a nivel real como financiero de forma más compleja que en el caso de países desarrollados, dadas las diferencias que en uno y otro caso existen en materia de estructura comercial y fortaleza institucional, en particular la moneda.

En este sentido, y sumado a la fuerte contracción del crédito y la demanda de bienes a nivel global, en Argentina, así como en otros países en desarrollo, la crisis reeditó el deterioro de los términos de intercambio al caer los precios asociados a gran parte de nuestro complejo exportador (las llamadas commodities) vis a vis lo que ocurre en importaciones, sesgadas a bienes de mayor valor agregado, lo que afectó el saldo comercial (cayó 27% en enero respecto a un año atrás) y la cuenta corriente del balance de pagos. Esto es particularmente complejo en un contexto donde, además, la depreciación nominal del peso está rezagada respecto de las de nuestros principales socios comerciales.

Frente a la menor demanda interna y externa de bienes, el sector industrial mostró en enero último la tercera caída interanual consecutiva (de -8,1% según estimaciones preliminares del Centro de Estudios de la UIA), luego de 72 meses de crecimiento continuado.

Esta propagación real de la crisis a nivel local intensifica aún más la dolarización de carteras (la cual, como se mencionó, constituye financiamiento a tasa nula al tesoro norteamericano), que ya para 2008 superó los USD 23 mil millones, contrayendo el dinero en circulación y la suba del costo para inmovilizarlo: la tasa de interés.

En este marco, y dada la relevancia de la crisis a nivel global, esta vez, no hay tiempo de agotar todas las alternativas antes de hacer lo correcto. El mundo enfrenta, como la Argentina lo hizo a finales de 2001, el desafío de resolver las urgencias del corto plazo, pensando en el largo sobre la base de un cambio de paradigma.

En este sentido el país cuenta, como gran parte de las economías periféricas de la región, con un margen relativamente amplio para movilizar recursos internos en pos de potenciar un proceso de crecimiento y desarrollo: mano de obra disponible junto con fuertes necesidades de industrialización, entre otras cosas. Sin embargo, esto requiere canalizar los recursos derivados del ahorro nacional para aplicarlos a un plan económico que contemple las necesidades de cambio estructural de la matriz productiva. Adicionalmente, dependerá, más que nunca, de la existencia de políticas económicas coordinadas que viabilicen la continuidad de la producción de bienes. Ello implica conjugar las decisiones en materia cambiaria, monetaria, fiscal, de ingresos y de política comercial priorizando la defensa del mercado interno, aunque sin perder los externos.



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