Autores: Diego Coatz, en colaboración con Sergio Woyecheszen y Fernando García Díaz (economistas del CEU-UIA). Medio: Publicada en El Economista.
07/07/2009
La economía mundial transita hoy un sendero de incertidumbres y dificultades sobre cuya evolución futura resulta difícil brindar precisiones. En líneas generales la actividad económica sigue deprimida y la destrucción de empleos continúa a nivel global, aunque con distinto ímpetu en las diversas regiones.
Si bien asoman algunos signos de repunte, y lo peor de las turbulencias parece haber quedado atrás, la imagen que describen los indicadores todavía es despareja y hay consenso en que la salida de la crisis será un proceso muy gradual.
Para los casos de EE.UU. y China, el debate gira en torno al momento en que la crisis alcanzará su piso, retomando el producto la senda del crecimiento. Los más optimistas lo ubican hacia fines del corriente año, en tanto otros especialistas esperan un comienzo de la recuperación arribando recién a mediados de 2010.
En Europa y Japón luce un panorama más sombrío, con pocos visos de dinamismo en el corto plazo. En estas regiones las caídas del producto fueron más intensas, destacándose los casos de Letonia (-18,3% interanual) – que experimenta una situación muy similar a la crisis argentina de 2001/2002, dado su esquema de convertibilidad-, Rusia (-9,8%) y Japón (-9,1%).
La evolución del valor agregado se corresponde con un desmejoramiento en los mercados de trabajo, los cuales reconocen, al igual que el producto, trayectorias diferenciadas en cada región. Al respecto, en el plano local todavía no se ha resentido fuertemente el empleo, y la comparación con otros países es relativamente favorable para la Argentina en lo que hace a su evolución (aunque partiendo en general de un nivel absoluto más elevado). Según estimaciones propias (CEU-UIA), el desempleo habría escalado 1,2 puntos entre abril 2009 y abril 2008, ascendiendo de 8,1% a 9,3% de la PEA. Ello ubica a la Argentina en la mitad del espectro, con mayores diferencias que países tales como Alemania (0,3 puntos), Brasil (0,4), pero con mejores resultados que países como España –particularmente golpeado, con una escalada de 8,1 puntos - , EE.UU. (3,9), Chile (2,2), entre otros.
La retracción de la economía local responde a factores tanto externos como internos. Por un lado, al igual que otros países, la economía acusó el impacto la crisis internacional a través del canal de transmisión real: una severa contracción de las exportaciones. Vale mencionar que en términos comparativos esta caída golpeó menos a Argentina (-21%) que a otras naciones, debido a la menor participación de bienes de consumo durable (los más afectados) en las exportaciones nacionales (Japón -40%, Rusia -47%, Alemania -24%).
Desde luego, esta circunstancia no debe inducir a minimizar las secuelas. Como es sabido, la menor demanda externa repercute en el producto por un monto mayor a la caída de las exportaciones dado el efecto indirecto del multiplicador. Por otro lado, debe prestarse suma atención a posibles consecuencias irreversibles en el entramado productivo, tales como quiebras o reestructuraciones en las secciones más vulnerables de las cadenas de valor (PYMES en particular), de difícil recuperación aún en un escenario futuro de repunte en el dinamismo de la demanda.
Sin embargo, estos resultados también fueron influidos por circunstancias locales. Este es el marco con el que Argentina debe enfrentar la crisis internacional, la cual incide negativamente en una realidad de la economía en general, e industrial en particular que ya mostraba señales de alarma asociadas a la propia problemática de la coyuntura local, planteando grandes desafíos de cara al futuro. La actividad sectorial ha convalidado así un cambio en la tendencia, y la mayoría de los bloques y regiones del país. Dentro de este escenario, se ha destacado durante los últimos trimestres la creciente “fuga de capitales” (aunque se ha ralentizado en el último mes, en particular luego de las elecciones), que desde enero de 2007 lleva acumulado más de USD 40.000 millones, que termina por limitar la capacidad de la política monetaria puesto que supone menor liquidez y mayores tasas de interés. Esto produce fuerte presiones alcistas sobre el tipo de cambio que al no ser convalidadas terminan retroalimentando el proceso, en un marco donde mes a mes se agudiza la descoordinación de políticas macroeconómicas (cambiaria, monetaria, fiscal, de ingresos, etc.) que operan en un círculo vicioso que atentan contra la dinámica económica y social doméstica.
Decíamos en nuestro artículo anterior de esta misma sección: esto no resulta solamente de un problema macroeconómico, sino que además supone la incapacidad de canalizar el excedente económico derivado del proceso de crecimiento a la inversión productiva, lo que a las clara refleja de sobre manera nuestra condición de país subdesarrollado.
Es por esto que, bajo este escenario, en el marco del actual patrón de crecimiento, existe en la actualidad un amplio debate, acerca del grado en que este proceso ha configurado o tiene posibilidades de configurar un verdadero cambio estructural al interior de la industria nacional. Las serias limitaciones que comenzó a enfrentar este patrón allá por 2006, derivadas de la falta de una agenda en temas tales como financiamiento, infraestructura, calificación laboral, reforma tributaria, ente otros, explican también los desacoples entre consumo e inversión que fueron apareciendo, así como la agudización de la puja distributiva entre los diversos actores sociales.
Independientemente de plantear la necesidad de profundizar el debate sobre el modelo de desarrollo, patrón de crecimiento y las posibilidades del modificar el régimen de acumulación vigente en la Argentina (lo cual intentaré abordar en los próximos artículos), la realidad que estamos viviendo requiere, lejos de invitar a reeditar viejos planteos del pasado, cuando se recurrió a cambios drásticos en el patrón de crecimiento y consecuentemente en la lógica de acumulación a favor de actividades “rentistas” en detrimento de los sectores de la producción y el trabajo nacional ( promediando los años 70’s), replantear el funcionamiento de la “macro productivista” de los últimos años, ya que, en efecto, la evidencia indica que la recomposición de la economía en general y el tejido industrial en particular, alentada por condiciones macroeconómicas más favorables a la producción, jugó un papel indiscutible en la dinámica observada, registrándose en forma simultánea crecimiento tanto en el empleo, como en la producción y en la productividad, hecho prácticamente inédito en los últimos 30 años.
Por ello, resulta manifiesta la necesidad de implementar un programa que brinde respuestas a la problemática actual, junto al diseño de una estrategia integradora que atienda las cuestiones de mediano y largo plazo, evitando repetir los errores de los últimos años. La misma debe responder a las necesidades de nuestra economía: esto es recrear un entorno estable y confiable que brinde los incentivos para el desenvolvimiento del sector real (para que luego se canalice al resto de los sectores), base fundamental para el crecimiento sustentable de nuestro país. Para ello, queda planteada la necesidad de conformar una agenda de política de desarrollo integral, que oriente la generación y desarrollo de las capacidades tecnológicas, productivas y sociales hacia un proyecto de crecimiento con inclusión social y desarrollo territorial.
De esta forma, y dada la propia lógica de un patrón de crecimiento pro desarrollo, las bases institucionales de mínima que deberían contemplarse en esta agenda pasan por la reforma de la Ley de Entidades Financieras (vigente desde 1977); en la reforma de la carta orgánica del BCRA, incorporando cuestiones relativas al crecimiento de la actividad económica y el empleo en coordinación con otras áreas del sector público; en el desarrollo de las funciones propias de una Banca de Desarrollo; y en la creación de un organismo de planificación productiva que propicie la integración social y regional y que redefina la política industrial de largo plazo, entre otros.