La necesidad de sostener el proceso de reindustrialización de los últimos años se manifiesta hoy, al igual que a inicios de la década de 1930, en el comercio exterior y su cuenta de registro más amplia, el balance de pagos. En ese entonces, las circunstancias asociadas a la crisis mundial, y su correlato en la diferenciación de precios entre productos primarios y manufacturados, forzaron un mayor esfuerzo exportador para seguir haciéndose de estos últimos, los cuales eran de marcada importancia en una estructura productiva especializada que solo lograba satisfacer una creciente demanda de bienes por medio de la importación.
Bajo esta dinámica, el patrón de intercambio comercial se ha visto asociado desde entonces a un errático proceso de desarrollo tecnológico, más lento que en estructuras productivas más profundas y diversificadas, afectando la trayectoria de la productividad del trabajo, la generación de empleo de calidad y los ingresos reales por habitante, dados los vínculos que existen entre estas dimensiones (ver gráfico a continuación).
De esta forma, con un ingreso per cápita real menor, junto a la tendencia crónica al déficit comercial que dificulta la generación de divisas (la llamada restricción externa), Argentina quedó atada a un sendero de baja capacidad de ahorro nacional que terminó afectando el ritmo de acumulación de capital, y de ahí la sostenibilidad de cualquier estrategia de desarrollo económico.
El quiebre del modelo sustitutivo promediado la década del setenta pretendió ser la respuesta de política a esta realidad, dejando librado exclusivamente al juego de la oferta y la demanda un modelo de crecimiento que dio inicio a una etapa de fuerte desarticulación del aparato productivo, particularmente sobre fines de aquella década y durante los 90’ a la luz de la una macroeconomía que priorizó la opción financiera especulativa frente a las necesidades del mundo de la producción. En este marco, tanto la inversión como el ahorro presentaron una dinámica de fuerte volatilidad que derivó en aumentos leves del stock de capital, respecto a los episodios previos, con mayor dependencia del endeudamiento externo.
Desde la salida de la crisis de 2001, la recuperación de un contexto macroeconómico acorde a la producción de bienes reeditó la idea de que la industrialización constituye, en toda estrategia de desarrollo a mediano y largo plazo, el vector central de construcción (y reconstrucción en muchos casos, como el argentino) de capacidades productivas, tecnológicas y sociales.
En efecto; si se observa la dinámica del sector industrial desde 2002, aparece como fenómeno distintivo un crecimiento conjunto en la producción de bienes, el empleo, los salarios y la productividad (ver gráfico), algo que no ocurría al menos desde la década del 60’.
No obstante esto, el actual patrón de crecimiento de los últimos años enfrentó la misma necesidad de importar Bienes de capital, Piezas y Bienes intermedios que se tuvo en el pasado, aunque la fuerte dinámica exportadora (traccionada tanto por precio como por cantidades) y los diversos episodios de sustitución de importaciones, junto a un impasse histórico del deterioro de los términos de intercambio, permitió sostener un amplio proceso de generación de divisas, recomposición de liquidez y bajas tasas de interés.
En particular, se destacó durante este período el fuerte dinamismo de las ramas industriales que mostraron las mayores caídas relativas durante la convertibilidad: producción textil y confecciones, metalmecánica –excluido maquinaria-, materiales para la construcción, audio y video, maquinaria, equipo y automotores, junto a otros sectores que, si bien a menor ritmo, lograron superar sus máximos previos, como insumos básicos, metales, químicos básicos, papel, combustibles y alimentos. Esta dinámica se sustentó tanto en la recomposición del mercado interno como en un renovado aumento en las cantidades exportadas de bienes manufacturados.
Este es el marco con el que Argentina entró al escenario de fuerte crisis internacional, que incidió negativamente sobre una realidad industrial que ya mostraba señales de alarma asociadas a la propia problemática de la coyuntura local, planteando grandes desafíos de cara al futuro. La actividad sectorial ha convalidado así un cambio en la tendencia, y la mayoría de los bloques y regiones del país enfrentaron variados problemas, no sólo en sus indicadores de actividad sino también el mantenimiento de puestos de trabajo, los que no obstante mostraron en estos dos últimos meses ciertos atisbos de reversión.
Entre estos desafíos, se destaca la aún fuerte dolarización de portafolios, que superó en 2008 los USD 20.000 millones y lleva acumulados, al primer semestre de 2009, más de USD 8 mil millones. Esta dinámica limitó y limita, desde entonces, la capacidad de la política monetaria de responder, como en el período 2002 – 2007, a las necesidades del desarrollo, al tiempo que vuelve a mostrar la necesidad de este último como factor genuino de superación de la restricción externa (ver gráfico).
¿Cómo logró la economía tolerar esta salida de capitales? Antes de la intensificación de la crisis externa (septiembre de 2008) la misma se vio compensada por los valores exportados en el marco expuesto de precios y cantidades; es decir, los resultados derivados de la dinámica de las exportaciones servían para financiar la compra de divisas. Durante 2009, el financiamiento se dio por la caída de la actividad (en particular de la inversión) lo que derivó en el fuerte ajuste de las importaciones.
Llegado a este punto, es de suma relevancia hacer una aclaración: este no resulta solamente de un problema macroeconómico, sino que además supone la incapacidad de canalizar el excedente económico derivado del proceso de crecimiento a la inversión productiva.
Es claro entonces, tanto hoy como ayer, que dar respuesta a estas necesidades deben venir de un profundo cambio estructural, a partir de una trayectoria de fenómenos dinámicos que vaya construyendo un equilibrio interno (pleno empleo) y externo (asociado a una mejor inserción internacional) sostenible en el tiempo.
El momento actual revalida, más que contradecir, la necesidad de conjugar los distintos elementos que hacen a una estrategia de desarrollo económico integral que contemple, en principio, aquellos elementos de corto plazo que permitan sortear la coyuntura, aunque incluyendo también las ideas que hacen al mediano y largo plazo, de forma de no perder las capacidades acumuladas previamente ante el deterioro de las condiciones externas.
Uno de los aspectos centrales para ello es el referido a la definición sobre cual es la intensidad de capital que se necesita, el ritmo y nivel de la inversión para alcanzarla y el ahorro que se corresponde con esta última, junto a los elementos que supongan una mayor intermediación entre ellos (sistema financiero), dadas las diversas complementariedades dinámicas a desarrollar entre ahorro, oportunidades de inversión productiva, capacidad tecnológica, capital humano y productividad laboral.
En definitiva, el objetivo central debería ser mantener el proceso de reindustrialización de los últimos años, buscando aumentar paulatinamente la participación de las rentas generadas por la tecnología y el conocimiento, tanto dentro de las actividades existentes como en el fomento de nuevas, con vistas a combinar el crecimiento de la productividad con la generación de empleo. Este debiera ser el camino para evitar cometer los errores del pasado, cuando se recurrió a un cambio radical en la agenda de desarrollo, más que nunca debemos sentar las bases del crecimiento en la productividad, las economías de escala, la generación de recursos calificados y capacidad de calificación; salarios elevados y crecientes y productos diferenciados en calidad y gama.