I. Los avatares de la coyuntura
Durante 2009, y acompañando la caída en los niveles de actividad económica, los indicadores del mercado de trabajo han mostrado una reversión respecto de las tendencias previas, cuya manifestación más visible ha sido el aumento de las tasas de desocupación y subocupación demandante (9,1 y 7,3%, respectivamente).
El deterioro de la situación ocupacional resulta más notorio al considerar la evolución de los puestos de trabajo registrados a la seguridad social, tanto por su importancia cuantitativa en la generación de empleo como por sus efectos sobre el bienestar de los hogares, dado que presentan en general una mayor estabilidad, están mejor remunerados, suponen mayor protección legal y el acceso a las redes de seguridad social.
Los datos al tercer trimestre de 2009, muestran una pérdida de más de 176 mil puestos asalariados formales, respecto de igual período de 2008, acumulando una retracción anual superior a los 227 mil (-3,8%). En términos sectoriales, el empleo dentro de la producción de bienes resultó el más afectado, destacándose las caídas interanuales en el segundo y tercer trimestre de 49 mil y 56 mil puestos en la industria (-4,1 y -4,7%, respectivamente), 38 mil y 34 mil en construcción (-9,1 y -8,3%). También resultó de relevancia la retracción en las actividades agropecuarias, que en igual período superó las 11,7 mil y 8,6 mil, respectivamente.
Asimismo, aunque ya en el tercer trimestre del año, la pérdida de empleo en el comercio fue superior a los 12 mil puestos, más de 7 mil en minorista y casi 5 mil en mayorista (ver gráfico a continuación). Dentro de los servicios, tanto la intermediación financiera como las actividades ligadas al rubro inmobiliario, mostraron también un comportamiento contractivo, en el orden de 40 mil puestos en el primer caso y de 15 mil en el segundo. La menor caída o incluso la mejora en otros rubros (como servicios sociales y de salud o enseñanza), lejos estuvieron sin embargo de poder compensar la retracción en el resto.
Más allá de este comportamiento respecto de los niveles de 2008, el análisis de la trayectoria durante 2009 muestra una desaceleración trimestral de las caídas, fundamentalmente en la producción de bienes, acompañando la estabilización que estas últimas fueron mostrando en sus niveles de actividad.
Salarios
Durante los tres primeros trimestres de 2009, la evolución promedio de los salarios formales no acusó de manera significativa el comportamiento del empleo, y se mantuvo por encima de la inflación , lo que derivó en un aumento del salario real medio para este segmento de la estructura ocupacional, ver gráfico a continuación.
En el otro extremo, aunque con comportamientos dispares desde fines de 2008, el gráfico también muestra que tanto los salarios no registrados a la seguridad social como los públicos no logran recuperan aún el poder de compra que tenían a finales de 2001, destacándose no obstante una curiosa dinámica en el caso de los primeros, que casi duplica la evolución del nivel de precios durante 2009. Este hecho, junto a las diferencias en las caídas de empleo según distintas fuentes y a las que existen en la valoración de la canasta básica que sirve de insumo para la medición de la pobreza, explican las brechas existentes en la incidencia de esta última para distintos analistas.
En efecto; si se considera la evolución del nivel de precios recabada por una fuente alternativa , la brecha en la valoración de la canasta básica se fue ampliando desde principios de 2007 hasta alcanzar los $427 en octubre de 2009, correspondiente a la canasta de una familia tipo con 2 hijos menores, de entre 4 y 9 años (ver gráfico).
En este contexto, un 17% de los hogares se encontraba por debajo de la línea de pobreza (más de 7 puntos porcentuales por encima de lo informado oficialmente), subiendo al 23% en el caso de las personas (vs. 13,9%). Si además se considera la posibilidad de cierta sobreestimación de los salarios de los no registrados (predominantemente bajo la línea de pobreza) y la corrección de las caídas de empleo, según se presentó más arriba, la incidencia a nivel de personas gira en torno al 30%.
Cierre de año y perspectivas 2010
La tendencia a la estabilización en los niveles de actividad y empleo hacia el cierre de 2009, junto a las mejores perspectivas en el plano internacional, se enmarca en una serie de elementos que hacen prever un crecimiento económico para 2010 en torno al 3 – 4%, traccionado tanto por demanda (en especial consumo y exportaciones) como por oferta (cosecha 2010 y crecimiento de la actividad industrial, estimado en un 5%).
No obstante esto, 2010 plantea varios desafíos en materia laboral, en particular en lo referente a la recuperación de los niveles de empleo. Si se considera una elasticidad empleo producto en torno a 0,4 – 0,5, el crecimiento del empleo se ubicaría en un rango de 1,2 a 2% (entre 192 y 320 mil puestos de trabajo), a lo que habría que descontarle el crecimiento de los que participan del mercado de trabajo, de 128 mil (asumiendo la suba interanual promedio de 2008, que fue de 0,8%). Con estos guarismos, la recuperación de los niveles de ocupación de 2008 no se lograría sino hasta fines de 2010 o principios de 2011, dependiendo de que escenario se de en materia de crecimiento y elasticidad empleo producto.
Esto último no invalida la hipótesis de una más rápida recuperación de las horas trabajadas, fuertemente afectadas durante 2009. En la industria manufacturera, por ejemplo, las horas trabajadas han sido la principal variable de ajuste a la hora de enfrentar la caída en los niveles de actividad (que en octubre de 2008 interrumpía un proceso de 72 meses de crecimiento interanual), casi duplicando la caída de los puestos de trabajo (ver gráfico).
Finalmente, cabe esperar también la evolución de otros elementos que hacen a la demanda de trabajo y que se vieron perturbados durante 2009, como la recuperación del empleo temporario, la reactivación de esquemas de remuneración variable o el otorgamiento de otros beneficios, medidas de ajuste de un costo laboral que resulta elevado para muchas empresas que no cuentan en la actualidad con otras herramientas de competitividad.
II. Las limitantes de la estructura
Visto en perspectiva histórica, el mercado de trabajo en Argentina ha mostrado, al menos hasta mediados de los 70’, una mayor integración respecto a sus pares de la región, con un mayor nivel de asalarización, menor incidencia del subempleo y una reducida penalidad relativa de ingresos entre sectores y calificaciones.
Hasta entonces, y a pesar de sus limitaciones, el proceso de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI) implicó un notable desarrollo de la estructura económica argentina, cuyas manifestaciones más palpables hacia 1974 eran un desempleo en torno a 4%, nivel de desigualdad con GINI de 0,36 e incidencia de la pobreza que no superaba el 5%.
No obstante ello, se advertía si una insuficiencia estructural a la hora de absorber a la totalidad de la mano de obra a niveles adecuados de productividad, producto de la existencia de un amplio segmento de establecimientos productivos (el llamado Sector Informal) con predominio de unidades de menor tamaño, problemas de escala y rezagadas desde el punto de vista técnico y organizativo, características todas que terminaban por afectar su capacidad de generación de excedentes económicos.
Esta es la realidad con la que Argentina (así como el resto de la región, aunque con especificidades propias), comienza un proceso de fuertes reformas estructurales con vistas a mejorar su inserción en un mundo que cambiaba rápidamente hacia nuevas formas de producción, signadas por la aparición de nuevos paradigmas tecnológicos y el surgimiento de las llamadas Cadenas Globales de Valor (CGV).
Entre ambas dimensiones se forjó un complejo escenario de mayor dependencia externa, fragmentación productiva y social en el que persisten mecanismos que derivan en una fuerte incidencia de ocupaciones informales, a pesar de varios años de fuerte reindustrialización y recuperación del empleo. Como puede apreciarse en el siguiente cuadro, tanto para el II semestre de 2003 como para el II semestre de 2006 , la participación de los asalariados informales en microestablecimientos así como la de no asalariados informales se mantuvo relativamente estable en niveles elevados.
Estas cuestiones, que ya se vislumbraban durante los mejores años post crisis de 2001, se agudizaron con el resurgimiento de la inflación, primeramente, y con la caída de la actividad derivada de la crisis internacional en el período reciente, interactuando de manera más intensa con los ciclos económicos en su papel de alternativa al desempleo.
Trayectorias a la informalidad
Además de que la informalidad está fuertemente asociada a las unidades económicas de baja productividad, también se observa que su naturaleza difiere dependiendo del destino de su producción. Por un lado, se encuentra la informalidad de pequeños emprendimientos de baja productividad que producen para el consumo directo local, ante la imposibilidad de insertarse en un empleo asalariado formal en el sector moderno.
Una segunda modalidad, reside en la informalidad que se da entre emprendimientos pequeños de baja productividad que producen para la cadena formal, donde las características que en general adoptan los eslabones de la cadena global en manos de los países en desarrollo (menor valor agregado y mayor nivel de competencia) obligó a muchas unidades de producción a ingresar a la informalidad como única estrategia viable frente a la imposibilidad de realizar las inversiones necesarias para incrementar su productividad.
En ambos casos, la profunda heterogeneidad de situaciones que envuelve al concepto de economía informal, donde se retroalimentan tanto cuestiones de demanda de bienes y servicios (en muchos tramos solventada hoy con la importación), calificación de la población, tipo de actividad de inserción y las características propias del establecimiento productivo y del puesto de trabajo, obliga a trabajar articuladamente en un programa integral de desarrollo, que atienda las necesidades y posibilidades de los diferentes grupos con vistas a generar un tránsito hacia la formalidad sustentable en el tiempo.
Este último debería contemplar diversas categorías que van desde el entorno macro y meso económico para la producción, el desarrollo productivo y tecnológico de las unidades productivas, hasta las políticas que supongan el continuo progreso de las capacidades sociales de la población, en un marco de profundo diálogo social para pensar en un país productivo, regional y socialmente más integrado.
BOX
De la heterogeneidad estructural a las nuevas formas de producción global
A mediados del Siglo XX, se fue forjando en América Latina una nueva visión acerca del proceso de acumulación y progreso técnico en el mundo, el que condicionado por un desarrollo desigual originario, conformaba un Sistema Económico Mundial de carácter dual, con un centro - núcleo fabril y una periferia heterogénea, especializada en la producción de alimentos y materias primas, con menor diversidad productiva y fuerte disparidad en los niveles de productividad sectorial.
A esta idea, asociada a los trabajos pioneros de Raúl Prebisch en CEPAL, le siguieron referentes conceptuales y empíricos distintos, a la luz de los cambios que fue acarreando el propio proceso de industrialización, que se manifestaban en una estructura productiva sumamente heterogénea en los países periféricos, con tres grandes estratos multisectoriales: primitivo, trabajando a niveles muy bajos de productividad; moderno, con estándares cercanos a sus pares del centro; e intermedio, cuyas actividades presentan la productividad media de la economía.
De esta realidad se seguían trayectorias diferenciadas en los ingresos medios, lo que termina afectando la capacidad de ahorro y la acumulación de capital, restringiendo las posibilidades ciertas de cambio estructural y reproduciendo (en muchos casos de forma ampliada) las condiciones para perpetuar las desigualdades: progreso técnico lento, subempleo persistente y concentración de la riqueza.
Paralelamente, y en la década de 1970’, el hecho destacado a nivel internacional fue la ruptura de la convertibilidad entre el dólar y el oro, lo que derivó en la flotación de las principales monedas del mundo, acompañada de un flujo creciente de transacciones financieras entre países. Este proceso de globalización financiera, aunado a la liberalización comercial, dio pie al desarrollo paulatino de un nuevo modelo de acumulación a nivel global, cuyas características más evidentes fueron la aparición de nuevos paradigmas tecnológicos (en particular, en materia de información, comunicaciones y microelectrónica, entre otros) y el surgimiento de las llamadas Cadenas Globales de Valor (CGV).
Estas últimas conformaron gradualmente subsistemas productivos que articulan capitales diferenciados por diversos estratos de productividad, capacidades de acumulación, concentración y poder de mercado. Se trata de encadenamientos que trascienden las fronteras nacionales y que emplazan diversos tramos productivos (casa matriz, desarrollo e investigación, diseño, plantas de ensamblado, proveedores, etc.) en localizaciones múltiples, pero con patrones determinados: básicamente la concentración de las etapas de mayor productividad, intensivas en innovación, investigación y desarrollo tecnológico en los países desarrollados, quedando en la periferia la producción física de menor valor agregado.
En este nuevo contexto, signado por una compleja red internacional de producción y consumo, aparecen nuevas empresas, conductas, formas relacionales y fuentes de generación de competitividad e ingresos. Al interior coexisten simultáneamente diversos nodos de poder que gobiernan diferentes tramos de la cadena: pequeños productores, grandes empresas de comercialización, empresas desarrolladoras de marcas en el mercado de productos y grandes cadenas de distribución.
El proceso ha afectado, como es obvio, la estructura del comercio mundial, donde aparecen nuevos agentes económicos (proveedores especializados de tecnologías aplicadas, nuevos canales de distribución, etc.), escalas, asimetrías (económicas, tecnológicas y financieras) y reglas de funcionamiento (en base a nuevas normas que afectan productos y procesos).
En este marco, dónde, cómo y en base a qué estrategias Argentina pueda ubicarse en tales redes es esencial en el proceso de captación y generación de rentas, así como en la aplicación al crecimiento local, con vistas a lograr un sendero equitativo y sustentable de desarrollo.
(*) Sergio Woyecheszen se desempeña como economista senior en el Centro de Estudios de la Unión Industrial Argentina, siendo además miembro de la Sociedad Internacional para el Desarrollo, capítulo Buenos Aires.