Autores: Diego Coatz, Marianela Sarabia. Medio: Publicada en El Economista.
28/06/2012
Recientemente discutíamos aquí sobre los vínculos entre la política industrial, la política comercial y las necesidades del desarrollo ligados a una determinada inserción internacional. Planteábamos que el déficit comercial en manufacturas de origen industrial (MOI) no era responsabilidad exclusiva del sector industrial, sino de la economía argentina en su conjunto como resultado de la pesada herencia de una estructura productiva parcialmente desintegrada. Por ello, crecer a tasas elevadas requiere, en parte, de productos importados. Y de allí la necesidad de contar con incentivos a la producción local, sobre todo donde existen capacidades y potencialidades.
La restricción externa
Estos requerimientos externos no son nuevos. No son lejanas en el tiempo las políticas que promovieron la importación frente a la producción nacional y que han derivado en un elevado requerimiento tanto de bienes y energía como de divisas para efectuar los pagos de la deuda en moneda extranjera. La economía argentina es cada vez más abierta. El coeficiente de apertura comercial pasó del 22,6% en 2000 al 41,4% en 2011, lo cual indica que las exportaciones y las importaciones conjuntamente han tenido un crecimiento más acelerado que el PIB.
En un este marco de fuerte crecimiento no resulta extraño que durante 2011 la cuenta corriente haya mostrado un saldo prácticamente nulo donde el superávit comercial (de más de USD 10.000) no alcanzó para compensar el resto de los componentes (remisión de utilidades, intereses de la deuda, comercio de servicios, etc.).
Cambios globales, desafíos complejos
En un documento reciente, los economistas Eduardo Crespo y Matías De Lucchi plantean que el ascenso industrial de Asia ha ido reconfigurando la industria mundial y, con ello, la necesidad de diversificar la estructura productiva doméstica emerge como una estrategia central para superar la restricción externa.
En un contexto de “commoditización” de productos industriales, el margen de maniobra para incrementar la demanda externa es relativamente nulo ya que la competencia desleal gana terreno tanto por guerras cambiarias silenciosas y trabas al comercio como por menores salarios relativos. En tanto, el incremento de las importaciones liderado tanto por la producción como por el consumo se tornan críticos en materia de absorción interna. No sólo porque conllevan a un deterioro de la cuenta corriente, sino porque generan un desplazamiento de la producción local con severas implicancias sobre el nivel de actividad y las condiciones sociolaborales de Argentina.
Potenciar las capacidades locales sustituyendo importaciones donde fuera posible y promoviendo las exportaciones de mayor valor agregado local se constituye, entonces, como uno de los temas clave de la agenda.
Problema crónico, agenda difícil
La evolución del comercio exterior en la última década se aproxima a un diagnóstico indiscutible: Argentina presenta un déficit MOI crónico, que alcanzó un nuevo récord de casi USD 32.000 millones en 2011. Más de la mitad del déficit se concentra en máquinas, aparatos y maquinarias eléctricas (53%) que engloba desde grupos electrógenos a almohadillas eléctricas hasta línea blanca, autopartes y telecomunicaciones digitales. En tanto, los productos químicos y conexos -desde insecticidas hasta desechos- contribuyen con el 13,6%. El déficit MOI se explica, predominantemente, por el comercio con Brasil, China, la Unión Europea y Estados Unidos. Mientras China contribuía con el 7,6% de dicho déficit en 2000, explicó un 32,3% en 2011. Ante semejante crecimiento, Brasil ha quedado en segundo lugar.
Reducir el déficit MOI implica una planificación sectorial para desplazar localmente la producción de las potencias industriales tradicionales y emergentes: EE.UU, Alemania, China, Japón, Corea, Brasil. Sólo unos pocos países han logrado recorrer ese camino en las últimas décadas.
La clave radica en aumentar el valor agregado de las exportaciones más que en especializarnos en productos básicos, lo cual debe generar escalas sectoriales para ir reduciendo paulatinamente importaciones en los segmentos de mayor contenido tecnológico: fortalecer la densidad del entramado industrial argentino con miras a responder demandas inter e intra sectoriales, incrementar tanto los encadenamientos productivos y la escala de producción como sus interacciones con la estructura social. Si bien un proceso semejante conlleva a la imposibilidad de sustituir determinados insumos en el corto plazo, la construcción y el fortalecimiento de capacidades productivas e innovativas involucran procesos de acumulación y aprendizaje de mediano plazo cuyos resultados comienzan a observarse a medida que transcurre el tiempo. Tal como ocurre en la actualidad.
Es indispensable pensar la política industrial en línea con la brecha de desarrollo y de política en el marco de una estrategia geopolítica para agregar más valor local a los productos comercializados que permitan generar empleo de calidad y mejorar la distribución del ingreso, relajando la restricción externa. Por ello resulta clave discutir hacia dónde va el mundo y tener en claro que se deben afectar intereses: generar valor y conocimiento aquí en lugar de importarlo.
La integración regional es clave. Brasil está en condiciones de asumir un liderazgo positivo porque la complementariedad es un punto crítico. Desarticular el modelo cuyo eje es la exportación de materia prima -por ejemplo con destino Asia- y bregar porque esa materia prima mute en alimento elaborado significa pensar una región interconectada vía la agregación de valor.
Más allá de colores y personajes, el tiempo llama a discutir qué país y qué integración queremos. Ahí está la clave. Y de allí se surgen nuestros aliados y sus características.