Primarización e importación o industrialización: esa es la cuestión

Autores: Diego Coatz. Medio: Publicada en Revista Informe Industrial.

15/12/2010
La instrumentación de un esquema macroeconómico que reorientó los incentivos a favor de la producción y el trabajo derivó en la generación de casi 5 millones y medio de empleos, un fuerte incremento de la inversión y la recuperación del poder adquisitivo de los trabajadores, cimentado tanto por el incremento de la base exportadora como por la ampliación del mercado interno. Argentina ha demostrado que cuando se potencia el crecimiento cuenta con una gran capacidad de generar riqueza.

A esta altura, son pocas las voces que cuestionan que el camino al desarrollo se debe erigir integrando las fuerzas productivas, agregando valor a la producción de commodities tanto agropecuarios como industriales, desarrollando proveedores PyMEs locales con capacidad de innovación y generación de empleo. Existen todavía, sin embargo, dos carriles necesarios y complementarios que se deben recorrer para agilizar la convergencia a estándares de vida similares a aquellos de los países más prósperos.

En el marco del debate sobre la primarización (enfermedad holandesa), la diversificación de la matriz productiva en general y en particular de la canasta importadora/exportadora se constituye como uno de los temas de relevancia para el diseño de políticas públicas acordes a los desafíos que se avecinan.

Entre 2002 y 2010, las exportaciones argentinas pasaron de USD 25.650 millones a USD 69.000 millones. Dicho crecimiento (169%) se explica por un aumento de las cantidades vendidas de 51%, sumado a un incremento de los precios del 67%. Sin embargo, la dinámica fue heterogénea al interior de las exportaciones.

Las ventas externas de Manufacturas de Origen Agropecuario (MOA) crecieron 181%, principalmente por el aumento de sus precios del 94%, ya que las cantidades vendidas sólo crecieron 39%. En el mismo período, las exportaciones de Manufacturas de Origen Industrial aumentaron 205%: su crecimiento fue de 128% en cantidades, mientras que el efecto del aumento de los precios fue de apenas el 33%.

Primera conclusión: las MOA deben el mantenimiento de su participación exportadora, en gran medida, a los mayores precios internacionales. Las MOI, en tanto, lo hicieron fundamentalmente debido a cantidades físicas exportadas.

Sin embargo, más allá de la excelente dinámica que puedan experimentar estos sectores, la mayor parte de las ventas externas sigue descansando en el rubro de las exportaciones tradicionales, tales como el sector automotriz (con un coeficiente importado muy elevado), los insumos básicos (metales, química y petroquímica, entre otros) junto con un “infiltrado” para el sector industrial dado que se contabiliza como MOI como es la gran minería (cerca de9% de la canasta exportadora), donde se destacan el oro y en muy menor medida la plata, que se venden en bruto a Canadá y Europa. En el caso de las MOA, el grueso se sigue concentrado en la primera y segunda etapa de molienda de cereales y oleaginosa (fundamentalmente soja).

No obstante, han aparecido algunos comportamientos interesantes de diversos sectores que han aprovechado la dinámica de los últimos años para complementar las ventas al mercado interno con la apertura de nuevos mercados en el exterior y complejizando su estructura industrial y organizacional. Se destacan el sector farmacéutico, los productos plásticos y químicos elaborados, la metalmecánica, las autopartes y alimentos elaborados (vinos, panificados, etc.), entre otros. Si bien todavía no conforman un núcleo duro que implique una dinámica de cambio estructural, es un paso adelante con relación a décadas anteriores. La cuestión sigue radicando en cómo hacer sostenible en el tiempo este proceso y en cómo generalizar estos casos exitosos, ampliando el horizonte para la toma de decisiones de inversión a 10 o 20 años.

Por ello, el punto más delicado del comportamiento industrial es su integración: si este auge se traduce un una mayor complejidad de la estructura productiva interna en lugar de abastecer el fuerte incremento del mercado interno con mayores compras al exterior, particularmente en los eslabones productivos de mayor complejidad.

El fuerte avance de las compras al exterior durante los últimos años (44% en lo que va del año) tiene su origen esencialmente en dos factores.

En primer lugar, existe un motivo de índole estructural, asociado a la elevada elasticidad de las importaciones respecto al producto. Décadas de retrocesos en la integración de la industria nacional derivaron en una alta dependencia de bienes intermedios importados para la producción local, y de bienes de capital, piezas y partes para la inversión. Esta tendencia fue revertida de manera muy parcial en los últimos años.

El segundo factor es el incremento de los costos industriales y la depreciación de las monedas de los principales socios comerciales. En este sentido, la crisis de la Eurozona podría repercutir negativamente por el lado real en caso de acentuarse la debilidad del Euro (que podría inducir, a su vez, una depreciación del Real).

Los empresarios argentinos, como los de cualquier país del mundo, maximizan beneficios definiendo un mix de producción en función de la rentabilidad actual y esperada que presenta el segmento productivo versus el negocio comercial importador. Si en algún sector o empresa no existe este mix (algo que ocurre en diversas ramas de la industria), el que termina ganando mercado es el importador. De ahí la relevancia de las políticas macro.

Por ello resulta clave recorrer dos carriles necesarios y complementarios para agilizar esa convergencia a estándares de vida similares a los países más prósperos y no caer en la tentación cortoplacista de la primarización de la estructura productiva. La primarización es viable en el corto plazo gracias a la dinámica de precios internacionales, pero insostenible en el largo si deseamos una sociedad integrada social y productivamente.

El primero de los carriles requiere la coordinación de los instrumentos de política – monetaria, cambiaria, comercial, fiscal, de ingresos, entre otras – a fin de garantizar la acumulación de capital reproductivo y desalentar la especulación y las actividades rentísticas. La competitividad-precio de los bienes transables (que contempla no sólo el tipo de cambio nominal sino la evolución de los costos, aranceles, retenciones, reintegros junto a otros incentivos fiscales de acuerdo a la agregación de valor) resulta clave para el desarrollo de producción interna, tanto para satisfacer la demanda local (sustitución de trabajo importado por trabajo nacional) como para la dinámica de las exportaciones, particularmente de los productos con mayor valor agregado (agropecuarios e industriales) de manera que se garanticen más y mejores puestos de trabajo. Adicionalmente, la política cambiaria debe contribuir a evitar maniobras especulativas.

El sostenimiento de un tipo de cambio real competitivo resultó y resulta un instrumento muy potente para impulsar la producción y la generación de empleo, aunque de cara al mediano y largo plazo, y con vistas a una adecuada inserción internacional, se requieren estrategias particulares que impulsen mejoras en la productividad.

Esto es condición necesaria pero no suficiente. El segundo carril, y más importante, requiere la planificación del desarrollo, que significa repensar las políticas de oferta: una política industrial integral que corrija gradualmente los desequilibrios estructurales de la matriz productiva y reduzca la vulnerabilidad y dependencia del aparato productivo.

Los criterios clave con los cuales debería definirse tal agenda deberían incluir, de forma interrelacionada, la definición de una política industrial con eje en la innovación y las ganancias de productividad; esquemas de financiamiento ligados a la creación de una banca de desarrollo que canalicen el ahorro nacional; el desarrollo de una infraestructura adecuada que tenga en cuenta el impulso de sectores industriales nacionales (insumos básicos complejos, metalmecánica, una industria ferroviaria y naval como solíamos tener en pasado); una política de desarrollo empresarial que tome en cuenta el tamaño de las empresas y esquemas de reducción de la desigualdad regional y, fundamentalmente, social.

No recorrer en forma simultánea estos carriles impedirá una diversificación y ampliación de la matriz productiva que permita resolver el problema estructural de nuestro país: la brecha externa.

La dinámica económica y social que siguió a la reindustrialización de los últimos años muestra a las claras la necesidad de reeditar un nuevo enfoque productivista para el diseño de las políticas económicas. Es decir, una nueva perspectiva que contemple en su raigambre los desafíos específicos de los productores reales, y que favorezca la interacción intensa entre los sectores público y privado. Un acuerdo económico y social para el desarrollo es el espacio idóneo para llevar adelante este proceso.

Diego Coatz. Economista Jefe del Centro de Estudios de la UIA y Coordinador del Dto. de Estrategia y Planificación de la Sociedad Internacional para el Desarrollo, Capítulo Buenos Aires (SID-baires).



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